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viernes, 22 de enero de 2010

Haití: El regreso de EE.UU.


Sin lugar a dudas, el momento en el que mejor suelen salir en las fotos los líderes políticos, es cuando están en la oposición o en la desenfrenada carrera electoral. A partir de ahí, todo se precipita cuesta abajo. Es lo que le ha ocurrido a Barack Obama -ascendido a los altares por los socialistas españoles- que, luego de despertar grandes espectativas entre los progresistas de medio mundo, transcurrido su primer año de mandato, espanta las ilusiones que depositamos en él, ratificando la creencia de algunos escépticos, de que en EE.UU. todo está inventado. En este país nada ocurre de manera traumática, todo está concebido para un desarrollo armonioso de los acontecimientos, y, por tanto, la política no podía quedar al margen. Los que deseábamos que la era tejana en la dirección de este país pasara a la historia, observamos con preocupación que, determinadas declaraciones y acciones del actual gobierno americano, suponen un suma y sigue en las actitudes del imperio. Cambian los hombres que ocupan la Casa Blanca, pero sus políticas son inalterables, al menos de cara al exterior.

Tomemos como ejemplo reciente, la decisión, sin consultar con nadie, de enviar a 10.000 marines a "pacifica" Haití. Para los castigados haitianos, la medida ha supuesto una nueva réplica sísmica, porque el recuerdo, animal poco olvidadizo y rencoroso, les hace temer tiempos pasados, El problema que se tiene con EE.UU. como "invitado", es que sabemos cuando llega, pero jamás cuando se marcha.

Este país se atribuye competencias que sólo debería desempeñar la muy oxidada ONU. Desde su creación, hemos padecido el mal funcionamiento de este organismo que, en el caso de Haití, es aún más sangrante: aún no ha reaccionado y espera enviar ayuda humanitaria dentro de dos semanas.¡!. Si todos estamos de acuerdo de la inoperancia de este cementerio de elefantes, seamos valientes y jubilémoslo, y con el dinero que nos cuesta mantenerlo, paguemos una parte al Imperio Protector para que nos resuelva los inevitables conflictos, el resto, lo repartimos entre los pueblos necesitados, así, de un solo disparo, solucionamos dos problemas: por un lado legalizamos las acciones agresivas de EE.UU., por otro, tratamos de reducir las calamidades que tanto nos cuesta afrontar.

Haití no requiere presencia militar; lo que este país demanda urgentemente son médicos, hospitales de campaña, medicinas, alimentos, etc.,y voluntarios preparados que hagan viables la distribución de estas ayudas entre todos los afectados. Los soldados no están habituados al trato con la población civil, y ya sabemos, los fusiles, por desgracia, los cagan el diablo. Ejemplo de su comportamiento arrogante ya lo empiezan a padecer muchos ciudadanos locales y extranjeros, pues raro es el día en que un periodista español no se quejan del trato inadecuado que reciben de estos. Haití guarda un mal recuerdo de la última presencia norteamericana en la isla; lógico que ahora, al verlos de nuevo patrullando las calles, les invada el recelo.

La política que emplea EE.UU. con su ejército, me recuerda, paradójicamente, la que mantenía los emperadores romanos, trasladando sus legiones a combatir a lejanos países; de esta manera, los tenía ocupados en cruentas guerras de expolios, y a la vez, se aseguraban de que no colaborasen con ningún aspirante que lo destronara. Haití necesita ayuda humanitaria, no soldados. Y que la solidaridad que reciba dure algo más que la noticia, porque, esta es otra contrariedad: levantado el campamento de periodistas a otro lugar informativo, el problema, aunque continúe siendo sangrante, para el resto del mundo parece solucionado; acabada la noticia, resuelto el conflicto. Sólo nos moviliza la carnaza, la actualidad; lo que se hace duradero, nos aburre. Porque la miseria de este pueblo, como el de otros muchos en el planeta, viene de hace muchísimos años, y, algunos, casi no nos hemos enterado.

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