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viernes, 12 de febrero de 2010

Las fosas de la democracia


Cuando aún no se ha terminado de abrir todas las fosas donde están sepúltados nuestros muertos del franquismo, la familia de Marta buscan, con más desesperación que eficacia, a su niña en la que es la primera fosa de la democracia. A esta Señora -doña Democracia- tendría que caérsele la cara de vergüenza -si la tuviera- al comprobar que, un año después de su tortura y asesinato, el cuerpo de esta joven sevillana sigue sin aparecer, los responsables de la investigación han fracasado en su intento de descubrirlo, y los culpables del asesinato, todos, menos Miguel, andan tránquilos por la calle.

A los extremos de imbecilidad que está llegado la "justicia" española -donde el único culpable de los desatinos que comete cualquier maleante, es la víctima, por haberse cruzado en el camino del delincuente, que ese día, mira por donde, tenía un mal momento-, nos trae al recuerdo la rocambolesca justicia que Kafka describía en su libro "El Proceso". Han pasado mas de treinta años de democracia y ya va siendo hora de que nos planteemos un cambio sustancial en nuestra justicia; habría que revisar las condenas, los años de éstas, la elección de los jueces, -más preocupados de su protagonismo y de ajustar cuentas por envidias (véase el último caso contra Garzón)-, y lo que es más polémico, debatir, sin complejos ni buenismos, ni actitudes políticamente correctas, la necesidad de implantar la cadena perpetua para determinados actos y los individuos que reincidan.

España debe dejar de ser el paraíso de la delincuencia mundial; algo falla en nuestra justicia cuando bandas de asesinos y mafiosos de todas partes, cruzan toda Europa y escogen nuestro territorio para sus actividades. Somos el país civilizado donde menos cuesta quitar una vida; todo es tener suerte con el juez que les toque y luego, una vez dictada sentencia, a ser "buenecitos", que en pocos años, antes de que la víctima se pudra, estarán en la calle.

Esta plaga terrorista, que sólo afecta a los sufridos españoles de a pie, hemos de ser nosotros, los ciudadanos, quienes la detengamos; los que hacen las leyes (políticos), los que las interpretan y aplican (jueces), no se ven condicionado por este miedo que a cualquiera de nosotros nos aterra; por ese motivo, a veces, se muestran comprensivos y hasta justifican con una sarta de desatinos sobre la incidencia familiar que, (más de uno de nosotros también hemos podido padecer y no vamos matando por ahí a nadie), alejan al poder legislativo y al judicial cada día más del sentimiento del pueblo.

Aquí, el que asesina, debe pagarlo. El que roba, también. Si lo que les motiva no es el razonamiento, ha de ser sustituido, en estos casos, entiéndase, por el miedo. Basta ya de producirnos lástima el maleante e indiferencia la víctima. Para guión de películas puede resultar atractivo y lacrimógeno, pero para la vida real, es una putada -perdón-. Si no que se lo pregunten a la familia de Marta del Castillo (buscando afanosamente a su niña en Caño Ronco) o la madre de Sandra Palo, viendo cómo "El Rafita" se pasea por la calle y sigue cometiendo actos delictivos. Ya es hora -después de más de treinta años de oportunidades para la reinserción social- de que debatamos la introducción de la cadena perpetua revisable. Lo propone alguien que no es sospechoso de intransigecia. Esto hay que tratar de pararlo, y si no es así, que se pudran en la cárcel, para que los demas podamos pasear tranquilamente por la calle.

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