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lunes, 5 de abril de 2010

ENVEJECER EN BUENA COMPAÑÍA


En un excelente y atrevido comentario el autor del post analiza -partiendo de los efectos que producen sobre las personas la implacable edad- cuál es el verdadero mal del paso del tiempo sobre nosotros: llegar a la edad madura y encontrarse completamente solo. Ante esta terrible evidencia –que algunos tratan de minimizar- poco importa ya la turgencia de la carne en la mujer, ni los centímetros y el poderío sexual en los hombres, y concluye que “envejecer en buena compañía, es el mejor modo de tomarse con buen humor todos los decaimientos y fealdades que se abaten sobre nosotros.”

“Por lo que uno tiene observado, el macho asume con mucha más deportividad la tripa cervecera o la caída del pelo que la caída de lo otro: que eso sí que se vive como una tragedia. Aunque ni conviene ni procede ser tan drásticos como el torero Belmonte, que se descerraja un tiro por la frustración de no poder estar tan marchoso como quisiera con su última compañera, a la que triplicaba la edad. No sé si las píldoras pitufas le hubieran salvado la vida al Maestro de haber estado disponibles en las boticas de entonces. Pero mucho me temo que no, que es que los años nos traen unas melancolías bastante más hondas que las que podamos asociar a las tales disfunciones.
Pero en llegando a ciertas edades, el peor de los enemigos no es el espejo (para ellas) ni el inclemente gatillazo (para ellos). El peor enemigo es la soledad. En cierto momento las odas a la soltería dejan de hacernos gracia, por muy desarrollada que esté la habilidad para procurarse satisfacciones más o menos frecuentes por vía cinegética. Porque no hay nada, absolutamente nada, que pueda suplir la bendición de haberte sabido emparejar con acierto y tener la sensación de que la cosa es ya indisoluble, así caigan chuzos de punta. Y cuando digo nada, digo nada: ni la compañía de los buenos amigos, ni los libros, ni salir de la cocina con una obra maestra, ni el “interné” (el interné menos que nada).
No es que uno no pueda ser razonablemente feliz o hasta muy feliz cuando ya estás acostumbrado a que la primera voz humana que escuches al entrar en tu piso vacío sea la que sale del televisor que te apresuras a encender (gesto reflejo muy habitual entre la gente que vive sola). Pero hay que tener un talento específico para eso de la soledad, que no es nada común.
No tener quien te ponga la cataplasma cuando estás todo griposo y mocarrero, no tener quien te abronque por dejar los gayumbos en cualquier sitio o no bajar la dichosa tapa, no tener a quién coger de la manita para paliar el susto de estar haciendo zapping y que se te aparezca Belén Esteban (que tortura más atroz para la vista y el oído no se me ocurre)… Eso es lo más jodido que te pueden hacer los años, si llegan sin que ni hayas escogido ni te hayan escogido, si se ha ido a tomar por saco tu relación, si la maldita muerte es la que acaba con una larga convivencia…
No, ni puñetera gracia las odas al celibato a partir del momento en que asumes que es ya más, en cuanto a experiencia vital, lo que has vivido que lo que puedes aspirar a vivir. Igual no suena muy progresista ni muy feminista, pero el emparejamiento, si afortunado, es nuestra única oportunidad de tocar la plenitud. Y de ese convencimiento no me apean ni esos períodos en los que uno todo lo que ve a su alrededor son divorcios y rupturas. Envejecer en buen compañía, en compañía cómplice, es el modo mejor de tomarse con humor todos los decaimientos y fealdades que se abaten sobre nosotros.”

Autor: Alfonso.


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