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miércoles, 7 de abril de 2010

UN MAL DÍA LO TIENE CUALQUIERA, Y HOY ES EL MÍO

Hay días que no son apropiados para nada y que lo mejor que deberíamos hacer es no levantarnos de la cama, pero, para complicar la situación, una vez despierto, no soporto estar en ella y, para colmo de males, hoy ha amanecido con un fuerte viento de solano que hace mucho más difícil el equilibrio emocional. Es la herencia que me transfirió mi padre, el odio a los vientos de levante.
Pero el estado anímico de las personas, no siempre está relacionado con una sola circunstancia, sino que son la acumulación de un gran número de ellas.

Salimos de una semana que más que llamarla de “pasión” habría que denominarla de “representación”, porque no más que una puesta teatral en la calle es la celebración de la semana santa anualmente, tratando de engañar, y engañarse, todos aquellos faltos de fe que necesitan montar este bello circo, para tratar de transmitir al respetable, lo que ni ellos mismos se creen. Es sintomático observar cómo, cuanto más metidos están en el “tinglado” cofradiero, más alejados están de la solidaridad social y el desprendimiento personal que Jesucristo predicara. Es, sencillamente, un objeto más del que poder alardear, como lo es el nuevo coche, el club social, la caseta de feria, la ropa de marca, etc., si no, no se entiende lo fatal que está el mundo, con tanto creyente “funcional” que lo habita.

Hubo –bueno es recordarlo, porque hay mucho desmemoriado que se aprovecha de esta circunstancia- un tiempo, en las postrimerías del franquismo y en la transición, donde acontecimientos como la semana santa, la feria, el fútbol, los toros, estaban satanizados por los sectores “progres”, y que en algunos casos, pasaron bajos momentos de popularidad. Las procesiones eran minoritarias, incluso llegaron a soportar huelgas de los costaleros profesionales que la sacaban. El fútbol perdió protagonismo, e incluso, la prensa deportiva estuvo a punto de desaparecer.
¿Y qué tenemos hoy, después de treinta años de democracia? El pueblo completamente volcado en todas las manifestaciones fascistas, tratando de competir como un igual, con aquellos a los que les viene de sangre.

Luego está lo de
la joven de Seseña. ¿Dónde se está equivocando la democracia (y los padres, no nos olvidemos de nuestra responsabilidad como tales) para que los hijos cada día sean más animales y menos personas? ¿Dónde están los valores que debiéramos transmitirles para que fueran ciudadanos y no pandilleros? Hoy está sucediendo en España como en el resto del mundo, donde una vida cuesta menos que un paquete de pipas, y donde cualquiera te la quita sin el menor remordimiento, y lo que es más grave aún, sin ningún temor. La noticia, dentro de lo grave, no es que esta joven haya muerto, porque también podría haber sido la otra. Lo cruel, lo que debe hacernos reflexionar, es qué impulsa a dos chiquillas que debieran estar disfrutando con su juventud y su inocencia, a retarse en un descampado, por la posesión de un macho.

Y queda el
trágico suceso del atropello, la madrugada del domingo de resurrección, en Sevilla de dos mujeres que cruzaban un semáforo, por un individuo que duplicaba la tasa de alcohol, y que trató de darse a la fuga. Curiosamente, acompañado del hijo de José Mª del Nido, presidente del Sevilla F.C., abogado y representante de la “Sevilla tópica y típica”. ¿Qué hacen dos personajes de la España beata, de madrugada, "alicatados hasta el techo" (como decimos por aquí) , en lugar de estar viendo procesiones y flagelándose el cuerpo por la muerte del redentor? ¿Estos son los del no al aborto? ¿Los que se niegan a impartir la Educación para la Ciudadanía en las aulas? ¿Los que guardan un complice silencio ante tantos casos de pederastia dentro de su bendita iglesia?¿Los que se horrorizan por la muerte de un delincuente cubano, que solo pretendía privilegios que el resto de presos no tenían?

Como en todo, la procesión la llevamos por dentro cada uno y no somos más que el reflejo que nuestro corazón –y por qué no decirlo, aunque sea agnóstico- y nuestra alma, proyecta sobre nuestras actitudes. Podemos aspirar a detener el planeta, pero no seremos nosotros quienes lo hagamos, será nuestro ruin comportamiento.

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