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domingo, 30 de mayo de 2010

Razones históricas y sentimentales





Tengo razones objetivas para estar en contra de la celebración, en Sevilla, todos los días 30 de mayo –fecha del fallecimiento, en el año 1252, del rey invasor de la ciudad, Alfonso III de Castilla y León. Porque, digámoslo bien claro, gente guerrera que no era andalusí, descendientes del linaje de los visigodos, (tribus bárbaras de la germanía que invadieron la península Ibérica allá por el año 415) no pudieron “reconquistar nada”, porque nada –antes- poseían en Andalucía, sólo el afán económico y la envidia que representaba la prosperidad de Al-Andalus, los motivó a lanzarse con toda crueldad al asalto del botín codiciado. No fue la religión, ni el afán de “liberación” lo que les impulsaría a tan larga pelea; ni la molestia de tratarse con los malditos paganos –bien que casaban a sus hijas con príncipes musulmanes-. La cuestión determinante, el motivo esencial por el que inventaron la “mascarada de la reconquista”, fue las riquezas de este país: las ciudades, dotadas de prestigiosas bibliotecas y universidades –donde los poderos castellanos mandaban, sin escrúpulos, a sus hijos a estudiar, e incluso los bastardos de algunos papas-, baños públicos y magníficos palacios; las grandes extensiones de tierras y su generosa fertilidad; los adelantos técnicos tanto en arquitectura como en agricultura, la industria minera, etc., estas y no otras fueron las causas que hizo ponerse de acuerdo a media Europa, para invadirnos y traernos la miseria que, desde entonces sufre Andalucía.

Pero lo que resulta paradójico es que, después de siete siglos del acontecimiento, con treinta y cinco años de supuesta democracia, las cosas sigan sucediendo como dos días después del latrocinio. Aquí todo sigue igual. Al sanguinario se le sigue considerando un santo, la iglesia -¡cómo no!- le da sus excelsas bendiciones y la casta política –tanto de derechas como de “izquierdas”- le rinden pleitesías. Nada ha cambiado. El día 30 de mayo continúa siendo considerado un día festivo en Sevilla, gobierne el ayuntamiento de la ciudad, quien lo gobierne, y, ni siquiera Izquierda Unida, que tan acaramelada está con el PSOE, se atreve a contradecir la incoherencia de la celebración de los vencedores sobre los vencidos, a pesar que la política que impera –al menos, de boquilla- es la de la tolerancia y la alianza de las civilizaciones.

Y es que, los votos, –en política y para los que quieren seguir comiendo de ella- significa mucho para los políticos, y ya se sabe, en Sevilla meterse con la tradición y la iglesia, resta muchos puntos, y es un riesgo que no están dispuestos a asumir, ya que estos salmones no están preparados para nadar contra corriente, y se pliegan ante aquello que les puede proporcionar más votos, y como carecen de ideología y de sentimiento histórico (excepto cuando se envuelven en la bandera roja y gualda), no perciben la contradicción en la que incurren.

Un país civilizado, democrático, “progresista” como pretende ser España, no puede caer en la terrible paradoja de fomentar la tolerancia, la alianza de civilizaciones en el resto del mundo, y, aquí, en nuestras mismas narices, consentir que se sigan celebrando la victoria de “cristianos contra moros”, la toma de Granada y el día del patrón de Sevilla. Respetemos a los que nos se nos eriza el bello con los símbolos y las hazañas castellanas -aunque la mayoría seamos descendiente de la repoblación- pero nos identificamos con el pasado andalusí de esta tierra.

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