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miércoles, 2 de junio de 2010

Fusiles contra tirachinas


“Siempre –dicen- hubo pobres y ricos”: es la gran mentira que acuñó, en el neolítico, el primer hombre que se le ocurrió forrarse con el trabajo del vecino, para que este desistiera a rebelarse. La otra, más actual, más en consonancia con los avances técnicos y científicos de los últimos años, es la de “estados fuertes y débiles”: otra gran mentira, porque lo que en estos momentos hace a un país poderoso no es su potencial humano –como ocurría en la antigüedad- sino sus recursos armamentísticos, y esta condición clasificadora no la determina ni el valor ni el número de sus pobladores, sino la riqueza económica que posee. Es lo único que diferencia a un país agresor de uno agredido, y esto, concretamente, es lo que ocurre con Israel, armado hasta los dientes por el “poderoso vigía de occidente”, hace y deshace a su antojo en esa franja conflictiva de oriente próximo. Políticamente, ha sido una jugada de extrema perfección: han colocado en una península árabe, con una cultura y una religión coincidente, a un pueblo completamente diferente, con el objetivo predeterminado de crear la inestabilidad en la zona, buscando el deseado objetivo de que no haya jamás, una completa unidad entre los pueblos árabes.

Es una pena que ese maravilloso país, casi siempre, esté gobernado por políticos ultraderechistas, colaboradores, casi seguro, del genocida Hitler, que aprendieron a la perfección de los nazis, las sutiles técnicas de acoso a un pueblo indefenso y la masacre indiscriminada de sus miembros. Da pena que haya servido para nada el dolor que ellos padecieron. La maldad es una serpiente que se revuelve peligrosamente entre los hombres y amenaza con estrangularnos. Tantos muertos en esos campos de exterminios, para que, al final, quedaran vivos aquellos judíos perniciosos, los que les dan la mala fama a ese pueblo: los mercaderes, avaros prestamistas, especuladores, arribistas, etc., descendientes de aquellos antiguos fariseos y saduceos de su negra historia, que sobresalían por su celo hacia el poder y el vil dinero, delatores policiales, en muchas ocasiones, al servicio del rey que mejor pagase y en contra de su pueblo.

El lunes han vuelto a ser noticias -el resto del tiempo, no es que no hayan dejado de serlo, es que cuando una noticia se repite todos los días, acabamos acostumbrándonos-: el mejor ejército del mundo –sí, muy por encima de USA- ha atacado una flotilla de barcos indefensa que transportaba ayuda humanitaria para la población cercada de Gaza. Sus armas: la Paz, la solidaridad, la desobediencia civil de unos hombres y mujeres que se atreven a desobedecer al tirano del lugar, conceptos incomprensibles e intolerables para un gobierno que vive en continuo estado de violencia. Su cargamento: medicinas, sillas de ruedas, alimentos, sacos de cemento y material educativo. El acto de pillaje, cometido con nocturnidad, alevosía y fuera de la legalidad internacional, se ha producido en aguas internacionales, con el pretexto de que “son un grupo terrorista, cargados con armas (¿quizás de destrucción masiva?) y para repeler la agresión de la que eran objeto sus soldados”. ¡Qué esperaban estos elegidos de dios!, ¿que les sirvieran café y pastas? De los 700 “terroristas” que viajaban en la flotilla humanitaria se encontraba Mairead Carrigan MacGuire, Premio Nóbel de la Paz, (entre la confusión de noticias, en algunas aparece su nombre) así como un elevado grupo de eurodiputados. La heroica intervención ha producido 19 muertos y 60 heridos entre los cooperantes, por 10 heridos leves entre los soldados.

A esta situación se llega por la situación de tolerancia que se mantiene contra un estado que está acostumbrado a incumplir las leyes internacionales, y que se ríe de la ONU, cada vez que esta se atreve a medio condenar los atentados genocidas que con frecuencia comete. Hoy, después de 12 horas reunido el Consejo de Seguridad de ésta, se ha llegado a emitir un tibio comunicado donde “lamentan las muertes y piden que Israel abra una investigación rápida, imparcial, creíble y transparente” ¿? Una vez más se demuestra la incapacidad de la ONU para imponer algún tipo de sanción a Israel, cuando la novedad de estos asesinatos es que los muertos son palestinos ni miembros de Hamás, sino ciudadanos turcos, y ni por esa la ONU cambia el guión. Ya no sorprende ver las dos varas de medir que utiliza esta organización, dependiendo que seas amigo de EE.UU, o declarado enemigo, como vimos con Irak, Serbia, etc.

A la maquinaria oficial sionista no le ha faltado el tiempo para ponerse manipular las imágenes y los datos del abordaje. Al final, todo quedará en una simbólica condena por parte de los gobiernos europeos, el tradicional “lamentamos” de EE.UU. (da igual quien gobierne este previsible país, con el lobby judío no hay presidente americano que pueda, ya sea blanco o negro, como en este caso) y un falso griterío de los países hermanos que tienen metido el miedo entre las piernas y prefieren no molestar demasiado al perro. Nada más que eso, hasta que otra vez, el gendarme sionista que instaló en la región el Imperio, vuelva a ser noticia extra cotidiana, con una nueva masacre contra el pueblo indefenso de Palestina. Mientras tanto, el bloqueo a Gaza continúa, la construcción de nuevas viviendas en Cisjordanía también, y tendremos que seguir oyendo las justificaciones de las autoridades judías, justificando lo injustificable: la muerte de un niño palestino “porque le tiraba piedras a un soldado.” Piedras contra tanques, aviones, helicópteros y balas. En esta ocasión han sido tirachinas contra ametralladoras, solidaridad humana contra injusticia. Demasiada desproporción entre las dos partes para creernos el cuento que estos profesionales y vividores de la pena nos tratan de colar. La masacre de Alemania, ya se lo han cobrado con bastantes intereses. Ahora, lo que Israel necesita es un buen escarmiento.






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