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martes, 18 de enero de 2011

Ley antitabaco: Los acólitos del "Tea Party" español se aprovechan del malestar que produce


No es necesario vivir en Estados Unidos; cada país tiene su “Tea Party” con el que poder presumir y al que soportar. En España andan agrupados por los callejones embarrados de todas aquellas leyes conflictivas que promueve el gobierno Zapatero. No es que yo esté de acuerdo con ellas, es más, soy un serio discrepante de muchas de las que aprueba, pero, a diferencia de los seguidores de la Sarah Palin española, mi disconformidad puede ser puramente, práctica, ética, metódica, económica, ideológica, etc., pero nunca cochambrosa, populista, aprovechada, y mucho menos, golpista.
Es todo lo contrario de lo que les ocurre a estos hooligans de la bronca: cualquier iniciativa que haga este gobierno –o cualquier otro sospechoso de progresista- es suficiente para ensuciar las calles, los periódicos, las tertulias, y hasta las santas misas, con soflamas contra el demonio y sus representantes en la tierra, sólo con el fin premeditado, de producir otro millón de muertos y un rosario más de fosas comunes ilocalizables.
Cualquier excusa es buena. Todo tiene cabida en sus cálculos desestabilizadores: la ley del divorcio (de la que ellos se benefician más que nadie); la del aborto (que quieren hacernos creer que es obligatorio); la de muerte digna (vomitan el falso símil de persona adulta = asesinada); la educación para la ciudadanía en el cole, etc.

Ahora –lo suyo es que no se detenga jamás la apisonadora- la han emprendido con la ley antitabaco, aprovechando el malestar que tal decisión ha provocado en un sector de la sociedad española que hasta hoy había disfrutado del excesivo privilegio que las normas sociales tradicionales les permitían, y también, por qué no decirlo, de la tolerancia y permisividad de los no fumadores.
Yo no quiero entrar a valorar en este post el acierto o no de la medida, eso lo dejaré para otro, aunque deba reconocer que la apruebo tajantemente; ya era hora de que pudieras tomar una copa y una tapa sin sabor a tabaco, y sin tener que ducharte al regresar a casa. Eso es algo que les cuesta comprender a los fumadores.

Pero como iba diciendo, ahora, estos aprovechados alborotadores se han vuelto los más intransigentes con la ley. En mi entorno comentábamos que la medida sería difícil de llevar a cabo, debido a las carencias educativas y culturales de un sector de la población, pero cual es nuestra sorpresa que, al día siguiente y en los lugares más insospechados -por los que no habríamos apostado ni un sólo euro- la ley antitabaco se cumplía a rajatabla, y, según nos comentaban los regentes de los establecimientos, sin tener que llamar la atención a ninguna persona. Y conste que les hablo de tabernas y bodegas –templos del buen beber y comer que solemos frecuentar- donde la mayor parte de la clientela son personas rústicas.

De ahí deduzco que toda esta paranoia informativa que están montando los medios, sólo puede estar motivada por la ausencia de otras noticias más relevantes, o al ocultamiento de aquellas que afectan al gobierno, o tal vez, a la desbocada actividad subversiva de este grupo ultramontano que milita en la extrema derecha del PP, para crear malestar entre la población y desestabilizar, a cualquier precio, el estado democrático que tanto nos ha costado montar.
Si no, no se entiende tanta burrada. Echar mano de la libertad y la democracia para perpetuar un estado dictatorial como era el que disfrutaban los fumadores, me parece, en el mejor de los casos, una perogrullada, cuando no, una insolencia. Decir que "la ley coarta su libertad como individuo" es tener un desconocimiento completo de lo que esta palabra significa y demuestran lo poco que han peleado por ella.
Los que sí lo hicimos, sabemos que la libertad de uno acaba, precisamente, donde empieza la del otro.
Lo demás, son subterfugios, metáforas rancias, cantos ahogados de cisnes, en fin, no son más que estrategias para ocultar sus verdaderos propósitos: desestabilizar, con lo que venga al caso, este respiro democrático con el que no están de acuerdo.
Este tipo de argumento es tan absurdo como el que podría invocar el conductor kamikaze, el derecho a circular por donde le plazca, y la libertad de matar a cuantas personas le dé la gana.
Ahora, para añadir más leña al fuego, la emprenden contra las medidas que algunos ayuntamientos están ejecutando, de no permitir televisores en las terrazas que, a modo de chiringuitos, están proliferando por las ciudades, y que en algunos lugares, no dejan espacio suficiente para que el peatón pueda circular. He tenido que oír –pasmado, lo confieso- alguna declaración en una emisora de radio, donde el quejicoso interlocutor llegaba a decir que “cómo iban a quitarle los televisores de las terrazas, con lo aburrido que se veía el partido de fútbol, solo, en su casa”. Y añadía que “si el vecino del primero sufría molestias, que se aguantara, que ellos tenían derecho a divertirse”. Siempre el manido derecho para defender una subjetividad interesada y cuestionable.

Desgraciadamente, este ha sido el panorama de España hasta ahora. Estaban tan acostumbrados a la permisividad que las normas les proporcionaban, que les ha ocurrido como a los franquistas con la democracia, que no la soportan.
Como decían los viejos caciques en tiempos de la II República: “Si aquí en el pueblo no se hace lo que yo diga y piense, entonces esto es una dictadura. Aquí ni hay libertad ni hay “ná”.

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