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jueves, 3 de febrero de 2011

Las dificultades de ser rojo (y mantenerse), o cómo ser coherente y no morir en el intento


La verdad, no es fácil ser “rojo” y no caer, de vez en cuando, en dolorosas contradicciones, sobre todo, si vives en una sociedad que está rodeada, constantemente, por las tentaciones del capitalismo. Resulta tan complicado, como ser un perfecto cristiano. Uno quiere intentarlo, pero cuando vienes a darte cuenta, has caído en el pecado.
Porque pecado de rojo es –como ocurría en mis tiempos de militancia política-, llegar a tu casa y que tenga que ser mamá o la compañera quien te dé los calzoncillos y la toalla para ir al baño, luego los recoja, quite la mierda que hemos dejado en él, y nos ponga el plato de comida por delante. Aunque este era un pecado venial, solía ocurrir con demasiada frecuencia, y no era natural que pretendiéramos “salvar el mundo”, cuando discutíamos en las células, y el pequeño espacio de casa se quedara fuera.

Tengo muy malos recuerdos de aquellos tiempos, siempre justificados por la inadaptabilidad que imprimían las circunstancias, pero me viene a la mente uno que, incluso en aquellos años, no dejaba de molestarme. Algunas noches de verano, tomando el poco fresco que corría, conversábamos en la puerta de la Asociación de Vecinos de un barrio, y, de vez en cuando, era habitual que la mujer de un destacado sindicalista sevillano de CC.OO., juzgado en el proceso del 1001, mirara hacia unas de las muchas urbanizaciones de chalés que proliferaban por la zona y comentara: “¡Qué ganas tengo que dé la vuelta la “tortilla”. Esa “casita” de ahí será mía”. Como es lógico, no era de extrañar que con el asentamiento de la “democracia” y la consolidación de las costumbres pequeño burguesas, esta señora se perdiera en el gran marasmo del universo político , no antes de haber producido bastante daño a la causa del rojerío.

Así eran las cosas durante los años setenta y ochenta, y, por lo que observo, en la actualidad. Salvo honrosas excepciones que las hacen aún mucho más válidas, el personal parece que funciona de la misma manera. En cuanto tienen la oportunidad de prosperar, no se lo piensan dos veces, se cambian la chaqueta y, sin pudor, se pasan al contrario, a pesar de que en el pasado fuera el enemigo a destruir. Porque en política, no se admiten prisioneros, por lo tanto, al rival ni agua. Luego todo es distinto. Como has “evolucionado adecuadamente", lo que hiciste y dijiste en el pasado, son sólo invenciones que te adjudican los envidiosos.

Sorprende ver con qué facilidad se convierte un pacífico rojillo, en chaquetero de convicción. Los casos –la mayoría olvidados- de los muy rojos que militaban en IU, y que, para arreglar el mundo se fueron al Partido del Pesebre, ya es historia. Lo lamentable es que la historia se repite y, desgraciadamente, con más frecuencia de lo que desearía. Concretamente, la pasada semana, otro par de rojos de esta formación (alcaldes de pequeños pueblos, gracias a los votos de los seguidores de este grupo) han pasado a engrosar las filas del partido de los nuevos neoliberales. El goteo no acaba nunca y la frustración que estas deserciones producen entre la gente de la calle, hacen que se extienda sobre el total de la clase política una fea nube de hollín que los ensucia, metiendo en el mismo saco a honrados y trepadores.
No sé si, como en el caso de Sodoma, encontraremos entre todos los políticos, los diez que necesitamos para salvar la ideología. Que yo conozca, con los dedos de una mano cuento y me sobran aún tres, pero he de reconocer que ando, actualmente, bastante alejado de la movida política, y que tampoco se nada de lo que se cuece más allá de Despeñaperros, por lo que quiero creer, que hay algún otro más que pueda salvarse.

¿Y a qué viene toda esta perorata moral que os estoy metiendo? Me sinceraré con vosotros: todo viene a raíz de haber conocido, cómo un “rojo rojísimo”, Javier Bardem, después de casarse con quien lo ha hecho, ha decidido tener el hijo en la demonizada USA, en la sanidad privada (para dar ejemplo de rojerío), y, lo que es más significativo y grave, en una clínica que cuesta 3.000 dólares diarios. ¡Toma ejemplo de coherencia roja! Nada hace temblar a estos señorones de la ideología. Les pasa como a sus homólogos católicos; saben que cuando vayan a morir, con solicitar la extremaunción, tienen perdonados todos sus pecados. A los "bardenes" les basta con ponerse al frente de una movida “antiloquesea”, con eso tienen de sobra para que San Lenin les abra las puertas del infierno.

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