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martes, 26 de julio de 2011

El otro terrorismo silenciado

Esto, también es terrorismo... y callamos.



La masacre de la semana pasada, en Noruega, vuelve a poner en la cresta de la ola noticiera, lo injusto, lo inhumano, la barbaridad que supone un acto terrorista, máxime cuando éste se realiza de manera indiscriminada, buscando el amparo que proporciona, el escenario más fácil e impactante, con el claro objetivo de hacerlo lo más sangriento y noticiable posible. Como todo es manipulable, en un principio –sin tener la menor evidencia- se culpó de la matanza al terrorismo yihadista, pero poco después, cuando el autor de los macabros sucesos fue detenido, se conoció que ciertamente era un fundamentalista religioso, pero católico, un iluminado de Dios que ha querido resucitar las viejas cruzadas. Desde entonces, el sesgo de la noticia ha cambiado de forma radical: ahora ya no se habla de fanatismo religioso, se le quiere trasladar al campo estrictamente causal, y, en otros casos, al político.

Una vez más se vuelve a matar en nombre de Dios, retrocediendo más de cinco mil años en la historia, cuando el Dios cruel, rencoroso y sanguinario, inventado por el hombre, maculaba la tierra con la exigencia de sacrificios humanos. En el nombre de Dios se han cometido infinidad de asesinatos, violaciones, justificado invasiones, reprimido pueblos, se han mantenido en el poder, durante siglos, castas privilegiadas. Por desgracia, el Dios que toda esta gente ha enarbolado para cometer sus fechorías, es lo más alejado del Dios del amor y la liberación que la mayoría de las personas buscan; todos ellos han preferido aliarse con el Dios ciego, sordo, cruel, sanguinario, y peligrosamente contradictorio, con el que atemorizan a sus pueblos. ¡Maldito todo aquel que provoca una masacre terrorista! ¡También, al que la fomenta y justifica! ¡Pero malditos sean, cien mil veces más, todos aquellos –grupos, clanes, estados- que crean las insostenibles condiciones sociales, para que estos actos de terror se produzcan, como única vía de escape! Y también, a los que sólo se rasgan las vestiduras cuando el acto terrorista se produce en un país rico y obvian el constante estado de terror que impera en otros lugares del mundo.





Porque si no, cómo llamar a la hambruna y a la sed que asola a tres cuarta parte del planeta. O la explotación laboral a la que someten a muchos niños de Asia y de nuestra querida Latinoamérica. Qué es, sino terrorismo, la escasez de medicina, de primeros auxilios, en buena parte del mundo. O el analfabetismo crónico extendido sobre la tierra. O, sencillamente, la tragedia que supone el boicot comercial, durante décadas, sobre pueblos que eligieron ser libres de la tutela del Imperio. Y también es terrorismo –por qué no decirlo-, las condenas a muerte en determinados países, algunos – como el caso de EE.UU.-, ejemplo “de democracia y respeto humano”; el paro al que se ven obligados millones de trabajadores; las ejecuciones del embargo de las viviendas; las cargas policiales sobre una manifestación pacífica e indefensa; y hasta el supremo poder que tienen los mercados. Esto, también, es terrorismo. Un terrorismo diario que padecen millones de personas en el mundo, sin embargo, poco o nada se dice de él. Sólo, cuando el acto cruel e indiscriminado de un loco se produce en un país privilegiado, es cuando salta y se difunde la trágica noticia.





¡Malditos los terroristas y sus aliados, que acaban con vidas que le son ajenas! ¡Malditos, también, los que con su silencio y tolerancia hacen posible que miles de personas mueran a diario de hambre y enfermedad, sin que nadie mueva un dedo por ellos!
¡Y maldito el Dios en el que se escudan y con el que se justifican, para realizar estas bárbaras e irracionales masacres!

¡Malditos, malditos!

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