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miércoles, 24 de agosto de 2011

Sanlúcar de Barrameda: Manzanilla y cultura





En esta bella ciudad, parece ser, todo el mundo se queja en la actualidad. El gerente del bar del Mercado –donde solemos recalar cada vez que podemos- nos comenta que “la cosa ha bajado considerablemente. Ya no se ve la alegría compradora de hace algunos años (dato que corroboro personalmente), y el consumo, en el bar, también ha bajado de manera alarmante, a pesar de que los precios los tengo “congelados” desde hace más de tres años (cerveza y tapita, por un euro)”.Pero los puestos del mercado siguen exhibiendo los manjares de siempre, a precios de los buenos tiempos: langostinos tigre, 49 euros el kilo; gambas blancas, 56 euros; carabineros, 69 euros, etc. Y se siguen comprando, es algo que no entiendo, o la crisis es ficticia, o a los ricos, esto de la recesión económica, les afecta bien poco.

Sea como fuere, el caso es que la cosa no va bien. Sobre todo, en el Ayuntamiento de esta localidad, donde los ciudadanos, en un gesto de atrevimiento político, han decidido renovar en el sillón municipal a la misma alcaldesa de la anterior legislatura, y ésta -aplicando la política económica que caracteriza a todos los gobiernos antisociales-, lo primero que ha hecho es “cortar por lo sano”, y reducir los gastos en cultura, algo que, por estas latitudes del sur, presuponen que nos sobra, o que no es muy necesaria. Ya se sabe: persona instruida, mosca cojonera.

Tiene, Sanlúcar de Barrameda, un “Centro de Interpretación del Cádiz Mitológico” que, aquellos que han tenido la suerte de visitarlo, lo alaban por la calidad del montaje y la importancia didáctica de lo que allí se expone. He de recordar que en ésta localidad estaba ubicado el Templo del Lucero, destacado lugar de referencia para la sociedad religiosa de Tartesos -del que deriva el actual nombre de la ciudad-, y que en sus proximidades, en los pinares de la Algaida, se descubrió el poblado tartésico de Ébora, además de uno de los mejores y más bellos tesoros en oro de la época. Dicen los textos antiguos, que en estas tierras, el rey Geryón (que tenía su castillo –el”Arx Geryondis”-en las cercanas piedras de Salmedina), solía sacar a pastar sus rebaños de toros, antes de que el semidios Herakles lo matara y se los robara, para conducirlos a Micenas, cumpliendo así el décimo trabajo encargado por Euristeo.

Pero gracias a los recortes del actual Ayuntamiento, nos quedamos sin ver dicha exposición. No sé si por falta de personal, por ahorro eléctrico, por desidia, o, tal vez, de todo un poco, la sala se encontraba en total oscuridad, y lo que es mucho más grave, sin ninguna vigilancia. Allí podía entrar y pasearse a placer, todo el que quisiera, incluidos los “amigos de lo ajeno”, ya sea para robar, o bien para hacer algún destrozo.
Un pintor, al que le habían cedido una dependencia del centro para exponer su colección de cuadros, se quejaba de “la escasez de iluminación que tenía la sala, imposibilitando su observación en cuanto caía el sol”. Lo asombroso es que dicha dependencia posee la instalación adecuada para cumplir decentemente su objetivo, pero –prosigue informándome el artista-, “me han comentado que no hay dinero para comprar nuevas lámparas que sustituyan a las fundidas...”¡¡¡ Sin comentarios. Pero las carreras de caballos en la playa, sí se han celebrado –y que conste, yo soy partidario de que se sigan realizando-, con el presupuesto millonario que éstas necesitan. (En julio de 2012, la situación sigue igual, esta vez sí logramos verla, aunque para que encendieran las luces del local y los distintos proyectores que componen la exposición, hubo que protestar, el funcionario telefoneó y al instante apareció el "encargado" que, después de justificarse, permitió que, al fin, la viésemos, pero nada más salir, volvieron a dejarla a oscuras. ¡La Cultura es una carga para el poder!).

Sanlúcar –a semejanza de Sevilla- se está convirtiendo –para satisfacción de los veraneantes-, en una ciudad de bares. No dejan de habilitar locales para esta actividad, sobre todo, en las zonas frecuentadas por los turistas. Nos comentaba una señora, de las de toda la vida en esta ciudad, “qué lejos quedaba la época donde paseando por las calles del centro te solías encontrar, dos librerías por cada taberna”, algo que yo no he llegado a conocer y me cuesta creer, pero que tiene alguna similitud con lo que está sucediendo en las calles peatonales de mi Sevilla, en concreto, en la calle San Fernando (¡qué extraña manía, la de hacer santos a los carniceros!) y alrededores, hasta hace pocos años, llenas de librerías y que hoy -gracias al gran invento de la peatonalización-, han desaparecido todas menos una valiente que sigue resistiendo, todo, para “fomentar la cultura” de los bares y sus enormes terrazas.

Indudablemente, algo no estamos haciendo bien. El mismo pintor me transmitía, el temor que existía en la ciudad por la desaparición gradual de algunas bodegas dedicadas a la elaboración del magnífico caldo que aquí se produce: La Manzanilla. El consumo está bajando considerablemente y –sentenciaba-, “este año, la cosecha se quedará sin recoger en las viñas; a los propietarios, no les trae cuenta recogerlas. La juventud –añadía- no bebe vino, y los viejos, cada año son menos”. (En febrero de 2012 ha cerrado la emblemática taberna La Habana, las desaveniencias familiares, unido a la crisis económica y al empuje inmobiliario, ha podido con la tradición, la cultura y la enología. ¡Otra muerte más!)
Algo –repito- no hacemos bien en esta tierra. ¿En qué estamos fallando, para que nuestros jóvenes se hayan alejado de la cultura del vino y se hayan enganchado al tetrabrik y a los destilados de garrafa? Cuando viajo por otras comunidades (La Rioja, Cantabria, Asturias, Navarra y, sobre todas, Euskadi), compruebo cómo la tradición de tomar vinos perdura en esos lugares, incluido jóvenes, dándose el caso (Euskadi) donde, incluso, han recuperado un vino –el txakolí- que hace veinte años era sólo testimonial. En muchas de estas comunidades (Euskadi, Asturias y Cataluña), sus vinos son elevados a seña de identidad patriótica y maravilla observar cómo éstos (txakolí, sidra y cavas) son potenciados por los sectores nacionalistas más jóvenes de esas poblaciones.

Uno pasea por las calles de esta agradable ciudad y comprueba, con tristeza, cómo desmantelan antiguas bodegas, se derriban o readaptan antiguos palacios, se dejan deteriorar, para luego declararlos en ruinas, viejas casas señoriales, antiguos corrales de vecinos, con el objetivo predeterminado de levantar colmenas que acojan a los foráneos veraneantes. Poco a poco, acabamos con el pasado, nuestro pasado, con la memoria infinita de nuestra cultura, con las costumbres y los caracteres que diferenciaban a unos pueblos de otros. Todo ello con el pretexto de la maldita globalización, de los siempre insatisfechos beneficios fáciles de los usureros, de la mal entendida modernización.

No quiero vivir el día en que llegue a Sanlúcar y no pueda encontrar una tasca donde, al compás de un buen “pelotazo” de manzanilla, mantener una agradable charla con los del lugar sobre dónde se bebe este año el mejor caldo de la ciudad, de cómo de buena ha sido la cosecha de uvas, de la calidad de los tomates y las papas de esta temporada, si siguen capturando buenos chocos, o si entran en el puerto los barcos con coralíferas galeras, etc.
Malos tiempos corren para la cultura. Malos tiempos para Sanlúcar de Barrameda, para Andalucía, para la historia. Algo debemos estar haciendo mal. Corren malos tiempos. 


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