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lunes, 17 de octubre de 2011

Los herederos de Caín y Abel


Después de tantos años en este infierno terrenal, he llegado a la sabia conclusión de que en la tierra sólo existen dos especies humanas: los buenos y los malos. El resto, la subdivisión en razas (blancos, negros, amarillos, rojos, etc.,) no es más que un eufemismo embaucador que utilizan los dominadores, para hacernos creer que el mundo es mucho más complicado de lo que se muestra.
Desde un principio, el hombre se dividió en dos mitades. La parte noble, la cordura, la obediencia, la limitación, el control, pero también la flaqueza, representada por Adán, al que no le costó demasiado trabajo abandonar todos sus buenos deseos y embarcarse en el mundo de fantasías, lujurias y vanidades que le ofrecía su compañera.

En el lado opuesto se encontraba Eva, que representaba la parte destructiva, la insensatez, la desobediencia, la inquietud, la transgresión, soñadora de nuevos mundos y vidas propias, que no se conformaba con las riquezas de su bello paraíso y que aspiraba a descubrir los tesoros de un mundo intuido.
Pero quienes mejor conformaron la división del mundo, el establecimiento del alma humana y, por ello, el comportamiento del ser humano, fueron nuestros tatarabuelos, Caín y Abel. A partir de ellos, todos los individuos que hemos pisado la tierra pertenecemos a una de esas descendencias. No existen más divisiones, ni siquiera por el lugar de nacimiento, tampoco por los rasgos de los ojos, ni la estatura, ni siquiera el color de la piel nos separa. El mundo, la raza humana, el hombre, se divide en dos únicos grupos: buenos y malos.


Pertenecen a la descendencia de Abel, al grupo de los buenos, los seres escogidos por Dios: los favoritos, los selectos, los santos, los abnegados, los de las dos mejillas, los inalterables, los incorruptibles, los sosegados, los penitentes, los inmaculados, los inquebrantables, los sufridos, los que todo lo han tenido fácil. Todos ellos son merecidos miembros de la selecta prole, especie que no aportó nada en el avance social de la humanidad pero que, en cambio, siempre tuvo encendidas las velas de los altares y mantuvo afilados los cuchillos para que el divino sacrificio estuviese siempre dispuesto.
En el lado opuesto están los hijos de Caín –aquel al que Dios se encargó de llenarle el campo de piedras y malas yerbas, destruirle las cosechas con sequías interminables y terribles plagas, aquel que tenía que presenciar cómo su familia se acostaba, más de una noche, sin llevarse un mendrugo a la boca-, el grupo de los malos, los seres perseguidos por Dios: los odiados, los abyectos, los indolentes, los rebeldes, los inquietos, los sofocados, los impacientes, los envidiosos, los magnánimos, los humildes, los insolidarios, los quebradizos, los lastimados, los humanos. Son individuos llenos de defectos, grandes creadores de incoherencias, altamente insatisfechos con sus logros, espécimen irritable, desobediente e indescifrables revolucionarios. No entienden de pasiones. Aman como suele hacer el animal con su prole: en silencio, rumiando su querer entre los labios. Son peligrosos, atrevidos y molestos. Jamás depositaron una ofrenda en los altares pero gracias a su afán de superación, se logró encender el fuego que nos convirtió en el hombre que hoy somos.


Estas son las dos únicas especies humanas que habitan el mundo. Cada uno de nosotros estamos englobados en una de ellas, muy a pesar nuestra. Cada cual sabe a la que pertenece. El espejo no engaña, por mucho que queramos y lo intentemos, nuestros genes y, sobre todo, nuestras actitudes, lo determina. Nos tiene atrapado, nos enmarca, nos programa y predefine el comportamiento que habremos de tener. Jamás un malo será capaz de realizar un acto que lo dignifique, así como un bueno tampoco logrará ensuciarse por mucho que se refriegue en el cieno. Todo está estipulado. Nada puede salirse del camino trazado. Dios necesita de la malicia de los apestados para justificar las crueldades de las que somos objetos, necesita de la maldad de los malos para sobresaltar la bondad de los buenos y no tener que dar explicaciones de por qué son sus elegidos.


El mundo está lleno de gente mala, gente apestada que extiende sobre la tierra el germen de la maldad. Somos mayoría. Algunos quieren creer que es a la inversa, que el mundo está atestado de buenos y que sólo una ínfima parte es mala. No tenemos remedio. Allá donde estemos crece el mal. Odiamos la belleza, así como el agua es odiada por el gato. Nada nos detiene en nuestro terrible caminar. Comemos, dormimos, trabajamos, sólo por el mero hecho de seguir derramando nuestra sangre maligna por el suelo. Somos un ejército, un imperio, un océano. De nuestras manos jamás sale una tierna caricia, un triste abrazo. Después de haber vivido durante siglos en permanente colectividad, una vez alcanzada la sapiencia, nos hemos convertidos en verdaderos homus solitarios, egoístas, vanidosos, insolidarios. Nos esforzamos en vivir, sólo para perpetuar la descendencia de nuestro asombro. Somos como sombras, esquemas de humo que se transfiguran, con el paso del tiempo, en reliquias del desamparo. Sólo nos controla –y nos acojona- el espejo. A él jamás somos capaces de engañar. Él nos descubre, delata nuestra impostura y hace que caminemos mirando hacia abajo, hacia la acera. ¡Qué difícil es salir de la rueda! Aun queriéndolo, llegamos al lecho de la muerte y no hemos conseguido darle el esquinazo. Dios se encargó de llenar nuestras botas de barro, hizo que sobre nuestras almas cayeran tormentas de serpientes. Por eso es tan difícil nuestra huída. Él se ocupó de ponernos el cuchillo en las manos para que nos lo clavásemos los unos a los otros, llenó nuestros corazones de latidos demoníacos, abrió una profunda y amplia zanja entre los buenos y los malos para que estos últimos no lograran jamás dar el salto al otro lado, cerró nuestros ojos, insensibilizó nuestras conciencias, nos creó sin almas, para que nunca tuviésemos conocimiento de lo que era el bien y el bienestar que produce comportarte como un verdadero ser humano.

¡Maldito el día en que Caín mató a Abel y maldito el dios que puso a mano de éste la avaricia, el odio y el hueso con el que mató a su hermano! Desde entonces, el mundo se debate entre estos dos grupos rivales, sin perspectiva de entendimiento. Los buenos, cada vez son peores y menos, y los malos –por desgracia- cada vez somos más y mucho más malos. Pero aún así, Dios sigue estando de parte de ellos. Esto no hay quien lo entienda.

2 comentarios:

  1. Desgraciadamente, tendremos que admitir que el pozo es hondo y la salida casi inexistente, y posiblemente ese-casi-i. sea el unico bastion al que algunos hombre se agarran, para liberar sus conciencias.

    Buen artículo

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  2. Ese "casi" quizás sea el elemento "milagroso" que nos impide tirar definitivamente la toalla.
    Un saludo.

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