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miércoles, 26 de octubre de 2011

Repitiendo los mismos errores que en al-Andalus


Veo la situación en el norte de África y en la península arábiga y no puedo, por mucho que lo intente, sustraerme a lo que históricamente sucedió en al-Andalus. Las intrigas tribales, los personalismos, las envidias, las traiciones, todas colaboraron para que esa magnífica utopía que, venida del oriente medio, y eclosionada en Andalucía, se fuera al garete. El pueblo árabe no posee el concepto de solidaridad étnica, no se sienten hermanos, la religión los separa. La pertenencia a la tribu, en pleno siglo XXI los enfrenta, no hay más que ver el pasotismo que mantienen en el conflicto de Palestina, por resaltar el más bochornoso, pero también es de significar el boicot que le han hecho al acorralado Gadafi: nadie, ninguno ha sido capaz de contravenir las órdenes del emperador mundial, y darle asilo humanitario, a pesar de que conocían que el Nóbel de la Paz no pararía hasta matarlo.
Son muchas cosas las que me separan de mis lejanos primos árabes, quizás menos de las que admito, pero aunque sean dos, tres, o tan sólo cuatro, hay una esencial que inclina definitivamente la balanza: la de su contumaz insolidaridad y la de la hipocresía sistemática. Son dos elementos con los que no transijo, dos cualidades que determinan a las personas con las que he de vivir, y la verdad, conocida la historia de mi tierra, las artimañas, las traiciones, las engañifas que contrajeron con los invasores castellanos para desbancar al contrario –aunque luego ellos no gobernaran y se convirtieran en vasallos de los cristianos- me hacen temer mucho por esa parte del mundo que quiero y amo, y presiento que se repetirá en el tiempo la experiencia vergonzante de al-Andalus: ni para ti, ni para mí, sino para el invasor extranjero.

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