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martes, 17 de enero de 2012

La Híspalis primitiva











Tras vencer, en el año 206 a. de C., las legiones romanas a los cartagineses, en la que sería la decisiva y última batalla por el control de la península Ibérica, Escipión el Africano fundaría dos asentamientos en Sevilla que llegarían a tener un papel relevante en la futura historia de Roma:

El primero, Itálica (primer vicus civium romanorum de la península) en la margen derecha del río, en un punto estratégico para el control de los minerales que, procedentes de la sierra de Huelva, llegaban al Guadalquivir, y para la entrada a la Lusitania desde el valle de este río.

El segundo, Híspalis, en la margen izquierda. Es casi seguro que ese mismo año comenzaría la reconstrucción de la devastada Ispal turdetana. Su situación junto a un río navegable que tenía la desembocadura a pocos metros (hay que recordar que el mar, en esa época, llegaba hasta Coria del Río) la hacían ideal para la construcción de un puerto que permitiera el comercio marítimo con la metrópolis.

El origen y significado del nombre es algo en lo que los investigadores no se ponen de acuerdo, aunque donde más coinciden es en que sea una latinización del antiguo nombre fenicio.

El lugar elegido para la fundación de este segundo vicus fue el antiguo asentamiento turdetano, un cabezo alargado de norte a sur, de unos 15 metros de altura, con una superficie aproximada de 90.000 metros cuadrados (450 m. desde la calle Muñoz y Pabón a la plaza de la Alianza, por los 200 m. comprendidos entre los jardines de Murillo y calles Francos y Placentines), con su centro más elevado en la actual calle del Aire, a 17 m. sobre el nivel del mar.
El estrato primitivo de este altozano está formado por un subsuelo de caliza fosilífera (característica de los Alcores), cubierta de un manto de aluvión que, las inundaciones que el río provocaba todos los años, lo ha elevado a la altura actual.
En años de fuertes precipitaciones, ese cabezo quedaba convertido en una isla. El terreno que quedaba libre de aguas era un polígono (delimitado todo él por la línea de la cota 14), cuyo perímetro correspondería al que hoy trazan las calles:

  • Francos, Argote de Molina y Placentines, por el oeste.
  • Mateos Gago, Rodrigo Caro, plaza de Doña Elvira y Gloria, por el sur.
  • Callejón del Agua, Mezquita, Cruces, Fabiola y Francisco Rubio, por el este.
  • San Nicolás, Muñoz y Pabón, Plasencia y Cuesta del Rosario, por el norte.

En un principio, los romanos instalados en la primitiva Híspalis serían pocos: un puñado de comerciantes interesados en el tráfico de metales, y tal vez, productos marinos y agrícolas, además de una pequeña guarnición militar. Pero en el último siglo de la República, el número de éstos debió de aumentar considerablemente, ya que el latín se impuso como lengua oficial, a semejanza de lo que ocurrió en el resto de los asentamientos importantes que poseían en Andalucía.
La ciudad aún no tenía la categoría de colonia, sino un vicus, como lo eran Itálica, Málaga, Códoba o Cádiz, una comunidad
de peregrinos establecida en función de la convivencia de unos y otros. Aún estaba lejos de la estrategia romana la creación de colonias donde pudieran establecerse indefinidamente sus ciudadanos. Los que se encuentran en la península sólo lo hacen por motivos económicos o militares, aunque el caso de Itálica, quizás fuese el primer “proyecto experimental” que realizasen lejos de sus fronteras, o una perfecta visión de futuro de Escipión, cuando decide instalar en esa localidad a los veteranos y heridos de la batalla de Ilipa.

Se desconoce si la primitiva Híspalis contaba con murallas al principio, aunque debido a la protección que le ofrecía la geografía, es fácil suponer que no, o la que hubiera, correspondía a la fenicia ya existente.
La zona más desprotegida era la norte, ya que ésta no contaba con ninguna barrera natural que la defendiera. En cambio, por el este y el sur, se encargaba de hacerlo el arroyo Tagarete, que recogía las abundantes aguas que le proporcionaban los grandes llanos que existen más allá de la actual barriada de Valdezorras y que, tras recorrer el Prado de las Santas Justa y Rufina, Puerta Carmona, Puerta de la Carne, el Prado de San Sebastián, calle San Fernando, las vertía en el Guadalquivir, junto a la actual Torre del Oro, donde aún queda el testigo soterrado de su desembocadura.
Por el oeste estaba la gran protección que le proporcionaba el Guadalquivir, además de un brazo que, partiendo de la Barqueta, recorría la Alameda de Hércules, Trajano, Tetuán, Plaza Nueva, uniéndose de nuevo a él en el Arenal.

Poco más se conoce de la primitiva Híspalis, ya que -¡por desgracia!-, tanto los restos de este periodo, como de los restantes, se hayan a bastantes metros de profundidad, si no, véanse los pocos que se han descubiertos en calle Mármoles y debajo de las “Setas” de la Encarnación. Toda una gran ciudad enterrada (igual que Pompeya), de la que poco llegaremos a conocer por las dificultades que presenta su recuperación arqueológica.

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