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miércoles, 27 de febrero de 2013

Crónica de la muerte de Al-Andalus: "Al-Hanín Ila Al-Andalus"








Contemplar es vestirse de aquel hermoso llanto, igual que  hacen las torres hoy vencidas y en ruinas sobre los arrayanes.
Aquí están. Y las huestes del fatuo aragonés y de su esposa, la tan rubia Isabela, mancillan con sus ojos a la Sierra Nevada.
La corona humillaron, lo turquí de este cielo, y de esta guisa innoble el patio y los aljibes con aceñas de sangre.
Granada ya ha caído, y es mi cuerpo quien cae. Mi cuerpo como el brillo de estas dagas cubiertas por oprobio y por barro.
Estas son, qué sirvieron. A qué los siglos tantos, baluartes, bastiones, los años forjadores del escudo y del hierro.
Ah, quién dijo “sois hombres, nadie podrá en vosotros; sólida es la muralla y más noble mano con que Alá nos protege”.
Y el cerco sí ha sido, y Granada es perdida. Y todos nos iremos con Boabdil hacia nada, dejando tras nosotros un violento vacío.
“Nadie podrá en vosotros...” Cuán falaz fue la arenga, la voz de las mezquitas, las palabras de arrojo que signaban las suras.
Mirad cuán raudos huyen los valientes guerreros, los traidores zegríes y los abencerrajes, aquella antorcha que era la infantería.
Olvidan sus aljabas con los ramos de mirto y con los surtidores, las monturas que antaño sosegaban la noche con su carga de nieve.
Cuáles son los varones, dónde Tarfe y sus hijos, y el padre de los padres que hizo posible un día este reino de oro de las generaciones.
Granada ya ha caído, y hoy es ella Al-Andalus. Hoy sus granos maltrechos dan un zumo de sangre que ni Genil ni  Darro cuando las avenidas.
Ay de mí, que no he muerto. Que no supe ser digno con el arma en la almena ni bruñir en sus flores la victoria de plata que acumula el rocío.
Preferible a esta hora dejar batir el pecho por el mal castellano, hacer nido a su lanza bajo el túmulo exangüe que es mi triste aposento.
Mejor que esta deshonra, que esta ignominia y duelo, sólo puede ser muerte.
Mas Granada ha caído, y es mi cuerpo quien cae.
Y es mi cuerpo estas torres, el aire en los jardines donde puso su cetro la gran bandera altiva del laurel y el naranjo.
Ah de Castilla, cuánto tendremos que odiarte, maldecir de tus gentes, para hallar un consuelo semejante a este hurto.
Mirad qué son las puertas que el honor revestía, qué su alminar, el trono donde sólo el zafiro pudo extender su mano.
Mirad sobre la vega la legión ya vencida, la siembra de turbantes donde, nueva, ha florido la estación del almendro.
Distintos estos años de aquellos otros, libres, en que el tiempo era en bodas de guzlas y atambores, de esplendor y perfume.
Pero el trono ya es ido y nadie da en consuelo, ni los brazos ya pueden sostener esta lluvia que apacienta mi rostro.
Trabaja la molicie más que el puño fuerte. Y Ronda y Almería, y hasta Guadix, hoy cubren sus ojos con el luto.
Mas ahora, en el suelo, la historia de sus bienes, sus palmeras brillantes que el valor despeinaba, son un precio de cobre.
Todas juntas, qué vales: lo que sólo una tienda, menos que la esmeralda y apenas un caballo; la mitad de la espada de un gallardo jinete.
No, ninguna era ésta. Mayor era Granada, mejor que la Axarquía, más que Lucena y Loja; lugar donde el regalo tomó de su fortuna.
Pero el viento es cristiano y el soplo así enemigo acerca hasta los hombros el simún que os conduce hasta un vasto desierto.
Y ya veréis sus torres, mendigos de otra tierra en que el sol del exilio cubrirá vuestras ingles con el velo de mujeres.
Pues no hay otra Granada. Y el destierro os acoge tras un breve suspiro.
Volved. Volved, la Alambra no se irá con vosotros.


Texto: Angel García López, de "Mester Andalusí"











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